Juan el distraído
- Mamá, voy a dar un paseo.
- Bueno, Juan, pero ve con
cuidado cuando cruces la calle.
- Está bien, mamá. Adiós mamá.
- Eres tan distraído...
- Sí, mamá. Adiós, mamá.
Juanito se marcha muy contento y
durante el primer tramo de calle pone mucha atención.
De vez en cuando se para y se toca.
- ¿Estoy entero? Sí - y se ríe
solo.
Está tan contento de su propia
atención, que se pone a brincar como un pajarito, pero
luego se queda mirando encantado
los escaparates, los coches y las nubes, y , lógicamente,
comienzan los infortunios.
Un señor le regaña amablemente :
- ¡Pero qué despistado eres! ¿Lo
ves? Ya has perdido una mano.
- ¡ Anda, es cierto! ¡Pero que
distraído soy!
Se pone a buscarse la mano, pero
en cambio se encuentra un bote vacío y piensa : "¿Estará
vacío de verdad? Veamos. ¿Y que había
dentro antes de que estuviese vacío? No habrá
estado vacío siempre, desde el
primer día..."
Juan se olvida de buscar su mano
y luego se olvida también del bote, porque ha visto un
perro cojo, y he aquí al intentar
alcanzar al perro cojo antes de que doble la esquina, va y
pierde un brazo entero. Pero ni
siquiera se da cuenta de ello y sigue corriendo.
Una buena mujer lo llama:
- ¡Juan, Juan!, ¡tu brazo!
Pero ¡quiá!, ni la oye.
- ¡Qué le vamos a hacer! -
suspira la buena mujer -. Se lo llevaré a su mamá.
Y se dirige hacia la casa de la
mamá de Juan.
- Señora, aquí le traigo el brazo
de su hijito.
- ¡Oh, que distraído es! Ya no sé
qué hacer ni qué decirle.
- Ya se sabe, todos los niños son
iguales.
Al cabo de un rato llega otra
buena mujer.
- Señora, me he encontrado un
pie. ¿No será acaso de su hijo Juan?
- Sí, es el suyo, lo reconozco
por el agujero del zapato. ¡Oh que hijo tan distraído tengo!
Ya no sé qué hacer ni qué
decirle.
- Ya se sabe, todos los niños son
iguales.
Al cabo de otro rato llega una
viejecita, luego el mozo del panadero, luego un tranviario, e
incluso una maestra retirada, y
todos traen algún pedacito de Juan: una pierna, una oreja,
la nariz.
- ¿Es posible que haya un
muchacho más distraído que el mío?
- Ah, señora, todos los niños son
iguales.
Finalmente llega Juan, brincando
sobre una pierna, ya sin orejas ni brazos, pero alegre
como siempre, alegre como un
pajarito, y su mamá menea la cabeza, se lo coloca todo en
su sitio y le da un beso.
- ¿Me falta algo, mamá? ¿He estado
atento, mamá?
- Sí, Juan, has estado muy
atento.
CUENTOS POR TELÉFONO. Gianni
Rodari
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