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jueves, 19 de octubre de 2017
¡NO A LOS QUE INCENDIAN LOS BOSQUES!
PERRITA CON SU CRÍA CALCINADA EN LA BOCA EN LOS ÚLTIMOS INCENDIOS DE GALICIA.
martes, 17 de octubre de 2017
DESCRIPCIÓN DE MI CASA
En los años sesenta,
mi padre compró un trozo del vallado que cerraba una de las tantas huertas que
desde la Plaza de Toros se extendían hasta los pinares de las dunas.
Con sus propias
manos, fue construyendo una casa para su familia, poco a poco, al empuje de los
pequeños ahorros que a fuerza de esfuerzo y trabajo iba consiguiendo. Y aún
sigue allí.
Es una casa pequeña,
de una sola planta, humilde, pero hermosa, de zócalos de albero y paredes
blancas que refulgen al sol como limpios espejos y una azotea amplia en la que
cabe todo el cielo y la luz de Andalucía. Las rejas de las ventanas se asemejan
a ramas y cañas verdes, al igual que el pretil de la azotea. Guiño gitano de
esta casa andaluza.
El jardinillo
delantero se asoma a la esquina de la calle, regalando al paseante toda la
paleta de color de las flores desplegadas sobre el verde lienzo de sus hojas y,
en el centro, una pequeña palmera abre el elegante paraguas de sus palmas.
Por las noches, el
jardín regala al barrio el aroma de seda de la rosa, el suspiro del jazmín y el
aliento mágico de la blanca celinda. Y los días de lluvia se esparce, con las
gotas de agua, el perfume de la hierbaluisa.
Por un pequeño porche
de fresco y sombra, entre macetas de hortensias, menta y hierbabuena, se entra
en la casa. Aún hoy se siente el calor de abrazos y besos de mi madre, y espero
encontrarla en la cocina, dándole vueltas al arroz con leche con el cucharón de
madera. Creo sentir la canela y el limón perfumando el aire y la oigo llamarme
para que vaya corriendo a rebañar el cucharón.
La misma ensoñación
ocurre en el patio trasero. Allí, junto a la fuente cantarina, está mi padre,
entre helechos y aspidistras, arreglando de alpiste y agua fresca las jaulas de
los canarios y jilgueros cantores que, contentos y agradecidos, derraman sus
cantos haciendo coro al agua cristalina de la fuentecilla.
Pero mis padres ya no
están. Sin embargo, la fría ausencia refuerza el cálido recuerdo. En su
dormitorio, los escasos muebles yacen cubiertos como cadáveres polvorientos, y
falta el aroma de lavanda y romero con que mi madre perfumaba los roperos.
Faltan las confidencias de tantos consejos y consuelos. Más allá, en el salón,
con sus vacíos sillones y los libros encerrados en las vitrinas que ya nadie
abre, faltan tantas conversaciones, tantas risas, tantos cumpleaños y
Navidades, tanta vida, que a veces pienso que toda ella queda allí, en el aire
embalsamado de la casa, cuando, volviendo al mundo real, al mundo en el que no
caben presencias ni ausencias, echo la llave de la puerta que encierra tanta
melancolía y me marcho, embriagado por el aroma de la hierbaluisa, la celinda y
el jazmín.
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